sábado, 23 de junio de 2007

El Còdigo Criollo

El arte, en especial el de arraigo popular, trasciende a la efímera existencia del hombre, durante la cual éste, recepciona, asimila y emite su creación. La belleza de la poesía y la música nuestras, fijaron su residencia en el corazón de nuestros primeros artistas criollos y ellos, se valieron del sentimiento y la emoción para trasmitirnos esa tierna energía a través de las generaciones, logrando tejerla en nuestra piel y grabarla en nuestra memoria.
Pero muchos no entienden, por ejemplo, porqué los viejos cantores nunca dejan de cantar, siempre siguen apareciendo nuevas figuras, las guitarras y los cajones no dejan de fabricarse en los talleres ni, en las tiendas musicales, éstos dejan de venderse.
Es difícil, después de haber crecido, estudiado y trabajado, —aún sin haber nacido en estas tierras—, no enamorarse de ellas. Como es difícil dejar de amarla, después de haber tenido la oportunidad —tan sólo una— de emocionarse, al escuchar algunas notas de su música criolla.
Al comentar el Vol. 2 de Guardia Nueva / Guardia Vieja, Francisco García Silva (2005)* se refiere precisamente a un código criollo: «...Puede parecer abstracto o hasta incomprensible, pero la verdadera realidad se encuentra codificada en ese halo que no se sujeta al tiempo ni al espacio [...] y se presta a ser observado, sentido, imaginado y recreado en el corazón de nuestra gente [...] con el espíritu de quienes poseen esa misteriosa, poderosa y a la vez sutil energía adscrita a su naturaleza etérica...».
Quizás sea la variedad y la intensidad de los componentes que constituyen esa intrincada urdiembre, que es nuestra cultura criolla, los que crean ese aroma de misterio y encanto que aún la cubre. Es tan apasionante intentar establecer, cómo es que se combinaron signos tan disímiles y distantes, como aquellos de los palacios austriacos y los pertenecientes a los ritos africanos. Sorprende también cómo nuestros autores populares de ayer, pudieron alambicarlos a ritmo de guitarras y cajón en el humilde pero a la vez noble callejón limeño —esa venerable cátedra del criollismo—. Blancos, negros y mulatos supieron convertir su música, su alegría y ternura, en energía transferible, que por los íntimos puentes imaginarios entre el pasado y el presente, nos fue transferida.
¿Pero tenemos los criollos alguna extraña facultad para reconocernos, juntarnos y comunicarnos?. F. García Silva también dice: «...tenemos que comprender o al menos aceptar que existe una infinita energía que proviene de nuestro corazón y que está enlazada al universo entero, más allá de las barreras del entendimiento, y que al trasmitirla y recibirla en ese divino y misterioso circuito, nos hacemos más hermanos y más puros, conocedores de lo que amamos y profundos amadores de lo que sentimos...».
Por todo ello, esta ventana está dedicada a todos aquellos que aún vibran con nuestras tradiciones y música criollas y para los que, en cualquier rincón del mundo donde estén, algún día descubran, —cuanto más pronto, mejor— que también llevan grabado en ellos, su código criollo.

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* Francisco García Silva (2005), El Código Criollo, Una reflexión en tiempo de valse, El Dominical de El Comercio, Lima, 30 de octubre.

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