viernes, 3 de agosto de 2007

2.66 La Lisura Limeña

Qué bien hablaban los limeños de antaño. «Repitieron la cadencia bíblica y el molde clásico —según José María Eguren—; pero lucieron estilo propio en sus vagares e impresiones festivas. Raro es el limeño que no haya escrito alguna copla o intentado una aventura» (1).
Fueron los cronistas viajeros los que atribuyeron a los limeños, y a la limeña en especial, ciertas peculiaridades y gracias exclusivas que luego los tradicionalistas se encargaron de perennizar. Limeñas, de las que se destaca su famosa «pequeñez increíble del pie, que contrasta con la largueza del ingenio porque: a la propiedad de ser todas chistosas y decidoras, corresponde el genio alegre naturalmente y risueño, acompañado de un semblante agradable y obsequioso» (2). Una de esas gracias es la mentadísima lisura limeña, que generalmente, tiene mucho que ver con la timidez, o más bien con la desvergüenza en la relación con los demás y que, para decirlo de la manera más simple, no es otra cosa que el mismísimo atrevimiento pero con ingenio, con chispa.
— Así que el fulano se quiso propasar con la hija del compadre... ¡que tal lisura!.
¡Que tal lisura! Es la expresión que aún se escucha decir, a menudo, al reprobar alguna acción considerada irrespetuosa.

— Oye, échale una papa más al caldo... que ya hueles a cementerio.
— Negra, si eso que llevas allí... es veneno... ahorita me suicido.

— China tus ojitos me ponen loco. Cada día están más lindos...
— Ay, y a pesar de las ‘cosas’... que tienen que ver los pobres.

De frases como éstas está lleno el habla popular del limeño. Pero no sólo cuentan la rapidez y el ingenio en la respuesta. Es la espontaneidad y naturalidad con que son dichas, lo que eleva a dicho hablar, al nivel de gracia encantadora y genial.
La lisura limeña es una de esas características, de difícil definición, atribuidas a los limeños. Para Sebastián Salazar Bondy, es «esa maliciosa hechura del desahogo humoral que punza como el florete y que, sin embargo, formalmente, no acusa herida ni entraña ataque a cara limpia» (3), destacando su cualidad inofensiva a pesar de su carga contestataria, pero a la vez llena de picardía y; cita luego a Max Radiguet para quien la lisura es: «un modo de decir chispeante y ligero, que no alcanza nunca a ser pesado y malévolo, y que en las mismas lesiones que causa burla burlando pone, al mismo tiempo, el bálsamo que palia y cicatriza». Eguren (1931), coincide en lo fundamental del concepto y reafirma lo limeñísimo de la lisura cuando dice de las limeñas: «Con corazón, sin corazón; pero siempre en la gracia y lisura que les son propios; lo es la gracia por sutileza ingenua y la lisura por ser una palabra inventada por ellas, y porque les pertenece en concepto. Lisura es una candorosidad picaresca que tiende al rojo, pero se queda en rosa. Se diría que cada limeña es una lisura, es decir, una rosa, una nubilidad sin espinas».
Un matiz característico de ésta es la actitud irreverente, muy de moda ahora último y que se evidencia al no dejarse intimidar por una supuesta superioridad o autoridad del interlocutor. Dicho de otro modo, no tener en cuenta el sexo, edad, cargo, título, etc., en el instante de decir lo que se debe, se tiene o se quiere —con ingenio y picardía, claro está— ante una opinión, crítica o agravio.
Estaría pues, lejos de considerarse dentro de esta característica, la actitud necia de aquel personaje que so pretexto de ‘caer en gracia’, intenta poner ‘chapas’ a todo el mundo, burlarse de todos y contar chistes en todo momento, logrando por el contrario, constituirse en el antipático o el ‘pesado’ del grupo. Cuando deviene de una actitud preconcebida y actuada, la gracia pierde todo su encanto, como es el caso por ejemplo, de algunos de los actuales ‘conductores’ de televisión.
— Luchita le dijo sus cuatro verdades al tipo ese... ella ‘no se dejó’.
En este caso, la respuesta que no se hace esperar, pertinente y oportuna llena de desenfado e insolencia pero impregnada de picardía, o la acción misma de emitirla, se considera como ‘no dejarse’. Pero ante una frase o comentario cargado de ironía lanzado a un grupo, sin especificar destinatario, surge siempre un ‘al que le caiga el guante... que se lo chanque’.
Es así cómo, la desfachatez o lo irrespetuoso del mensaje, aunque provocativo y desafiante no llega a irritar, más bien, produce gracia por lo ocurrente y chispeante, razón por la que quizás, el propio Terralla y Landa —maligno enemigo de Lima—, afirmó «que las limeñas son ‘ángeles con uñas’; con lo cual no sabemos si está haciendo un reproche o, por lo contrario, esbozando un piropo» (2). El agravio convertido en caricia, como respuesta a una afrenta. He allí, el encanto de la lisura limeña.
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(1) EGUREN, José María (1959) “Motivos Estéticos”, Recop.: Estuardo Núñez, Lima: Patronato del Libro UNMSM.
(2) MIRO QUESADA S., Aurelio (1958) “Lima, Tierra y Mar”, Lima, Perú: Editorial Juan Mejia Baca.
(3) SALAZAR BONDY, Sebastián (1974) “Lima La Horrible”, Biblioteca Peruana, Lima, Perú: Ediciones Peisa.

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